Nadamos a contracorriente
una y otra vez, siempre con miedo a ahogarnos, con la sensación de que nunca
llegaremos a puerto seguro. Acostumbramos a surcar los mares pensando que son
infinitos y entre su inmensidad creemos ver tiburones que nos acechan,
monstruos marinos que nos persiguen o algas que nos atrapan entre sus densas garras.
A veces no sabemos distinguir entre tierra firme y una isla en medio del
océano, pero cuando menos te lo esperas, te das cuenta de que la tormenta pasó
y has sido capaz de surfear las olas que hoy yacen en calma. Como un buen
marinero brindas entre agua salada mientras aquellos animales salvajes se
convierten en pura leyenda y eres capaz de ver la belleza de los corales y
escuchar el sonido de los delfines mientras bailan a tu alrededor.
Como un náufrago que ha
podido contra viento y marea disfrutas de la arena de la playa, porque cuando
el barco se hunde surge el temor a quedar sumergido con su historia, pero
recuerda que los submarinos se crearon para navegar entre las aguas más
profundas y salir a flote cuando la misión haya terminado.
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