Me sentía fuera
de sí, perdida entre la niebla, corría entre la bruma, buscando un
halo de claridad, anhelando el calor de una mano que me agarrase y me sostuviese cuando no fuera capaz de levantarme.
Tenía miedo, miedo a no encontrarme, y no
poder volver a hallar la luz de la luna entre la oscuridad de la noche. Pesaba sobre mi el cansancio de la desesperanza, el tiempo fugaz a su paso y yo ciega por mis
huellas. Mi único deseo, sentarme junto al árbol que creció y se secó, dormir y
que al abrir los ojos la primavera llegase nuevamente a mi ser. El hielo del invierno congelaba mis sentidos, mi razón, y no existía abrigo ante una mirada llena de
ansiedad y unos labios que perdieron su calidez ante los ojos que le acompañaban y
le arrebataban su humedad. Y así me estremecí ante el último aliento de la noche. Un aliento que viene y va, que parece apagarse para de pronto, regresar con más fuerza.
Esa noche no sería más que un eclipse; y como tal, hoy puedo decir que volvió a salir el sol.
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