Es fácil ver la hermosura
de una flor tan sensual, sus colores vivos que te envuelven, su olor fresco y
la suavidad de sus pétalos en forma de corazón. Una rosa representa el amor
tradicional, la ternura, el cariño, la pasión, pero para que florezca con ese
tacto y nos embelese con su fragancia hay que cuidarla, regarla, cortarle las
espinas de sus tallos y no dejar que se marchite. Una rosa es esa flor que
muchas querríamos ser, deseada por muchos, agradable de ver, pero también más
complicada de mantener y, al final, aunque su recuerdo sea encantador, no es
más que una rosa.
Sin embargo, si hablamos
de un cactus… no hay planta que se le asemeje y, aunque no levante pasiones
como las rosas, no son seres vivos tan delicados y con poco que les cuides, se
mantienen fuertes. No se marchitan y no se les cortan esos pequeños pinchos que
les hacen casi inalcanzables, intocables. A veces se ven acompañados de una
flor que resalta entre su verdor y eso hace que destaque por encima de
cualquier otra.
Una rosa es el prototipo de flor que a todos les gusta, y pese a que siempre he querido ser una más en ese rosal, hoy prefiero ser el cactus fuerte que no depende de nadie para sobrevivir, que no tiene miedo a marchitarse, que no necesita que le rieguen día tras día para mantenerse vivo, y con una pequeña y adorable flor entre sus adorables pinchos es capaz de seducir y destacar más que aquella típica rosa que siempre nos intentan vender, aquella flor que si no tienes cuidado, te puede pinchar.