Nos dedicamos a matarnos a nosotros mismos cuando el cáncer se apodera de nuestro cuerpo, metiéndonos veneno para salvarnos y si tuviéramos 100 años más de vida, aún no nos habría dado tiempo a madurar cuando llegara el momento de decir adiós. Nunca estamos preparados para una despedida, pero por muchos años que vivamos, el final del camino se acerca cada día un poquito más y jamás seremos valientes para afrontarlo. El miedo a esta meta es lo que nos lleva a creer en un ser superior, lo que nos hace tan humanos.
Y si hablo de miedos e inseguridades es porque yo misma me considero un ser humano, con muchos defectos, pero también con muchas virtudes, porque si ayer podía entristecerme que nunca llegara ese sueño, hoy valoro más mi realidad, porque es la única que tengo, es la única que me puede hacer reír, que me puede hacer sentir que estoy más viva que nunca, porque es la única que me permite seguir soñando mientras duermo y temer la madurez porque valoro mi presente eterno.
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